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El Senado y un Triunfo de Clase


“Si ponemos 20 millones cada uno hacemos una casita”. Esta fue la afirmación que realizó uno de los 9 hermanos en la tradicional reunión de trabajo de los miércoles en la parcela que está a casi un kilometro de la que era la casa de mi padre.
Aseveraciones como la anterior nos presenta un chile dividido en dos, sobre el cual ya mucho se ha escrito y dicho, pero que no debe jamás olvidarse. Por un lado la clase trabajadora y popular, que más allá de la carga emotiva de la frase, es quien soporta las afrentas inferidas por el capitalismo, y por otra, aquellos que concentran la riqueza de nuestro país y disfrutan del “Chile de las oportunidades”.
En esta nación fraccionada, la asunción de un socialista a la presidencia del Senado es profundamente simbólica. El Partido Socialista es una colectividad de raigambre popular y democrática, organizado en torno a grupos ideológicos, antípoda de los linajes y la aristocracia de los paridos de derecha y de centro de nuestro país. Salvo contadas excepciones la base del partido socialista está conformada por la clase trabajadora, popular y media.
El Senador Camilo Escalona, próximo presidente del Senado, sujeto de odios y apologías, incluso fuera del propio mundo socialista, simboliza a esa clase humilde y popular (a la cual perteneció en sus orígenes), a generaciones que jamás podrán ser constructoras de una casa de 180 millones de pesos.
Allí donde los Larraín, Ruiz Tagle, Claro Solar, Allesandri, Edwards, prosapia aristócrata, heredaron la segunda magistratura del país, franquea un socialista proveniente del mundo popular.
En un Chile donde el poder político y económico se encuentra en manos de las mismas familias y donde la reunión de los miércoles en aquella parcela, puede perfectamente ser posible los lunes en el comité político de la moneda. Allí donde la oposición, también se configura en gran parte por los "hijos y hermanos de", el Partido Socialista ejecuta la nota disonante a casi medio siglo del último socialista en la presidencia del Senado.
No se trata de Camilo Escalona, sino de un hombre que perteneció a la clase trabajadora y de una colectividad que ha luchado a lo largo de su historia por derechos y reivindicaciones de esa clase. Se trata en definitiva de un triunfo que pertenece a los que somos y seremos, por un largo tiempo, gobernados por los mismos patrones que se reúnen los miércoles en sus parcelas y los lunes en la moneda.

Las Izquierdas Latinoamericanas

Las izquierdas que gobiernan en Latinoamérica han sido clasificadas y puestas bajo el escrutinio de estándares, en ocasiones subjetivados, que han llevado a sus adherentes, sean de unas u otras, a calificarlas como más o menos radicales, como más o menos revolucionarias; y lo que es peor, negando la existencia de izquierdas en aquellos países cuyos gobiernos no alcanzan a satisfacer los naturales requisitos de toda izquierda, que moralmente, pueda ufanarse de esa denominación. Aquellos, flaco favor le hacen a las transformaciones profundas y al Latinoamericanismo.

Si bien es posible identificar diversas “intensidades” en los gobiernos progresistas, la ponderación de las izquierdas puede conducirnos peligrosamente a un reduccionismo que nos haga conflictuar la coexistencia de todas ellas. Lo Anterior conduce al divisionismo y franccionalismo. Los conservadores y sus vertientes políticas, facilitadores de los intereses coloniales del norte americano, se benefician profundamente con un (aparente) escenario de reyerta.

El imperialismo no ha dejado de existir aunque ha mutado, desde la extensión territorial decimonónica a la extensión de los intereses de un país a otro para que este los haga propios y busque su satisfacción. Así por ejemplo, la criminalización del cultivo y consumo de sustancias alucinógenas existente en casi toda nuestros países, es producto de una política impulsada por la DEA en los finales de los años 80’ y principios de los 90’.

La cooperación e integración de las izquierdas Latinoamericanas es vital para la contención de las fuerzas represoras de los avances progresistas en el cono sur del mundo. Los gobiernos de izquierda, sean estos más o menos radicales, deben mantener una cooperación mutua y un entendimiento fluido que les permita, por una parte ser dique de los intereses extranjeros, y por otra, encontrar aliados en las ofensivas diplomáticas frente a adversarios comunes. Sólo un reconocimiento de objetivos comunes puede llevarlas al fortalecimiento.

El escenario político Latinoamericano de los últimos años, con las excepciones de Perú, Colombia y ahora Chile, ha mostrado una serie de gobiernos de izquierda o progresistas, distintos en sus realidades pero consientes de un objetivo común: la transformación estructural de la institucionalidad instalada.

El avance y profundización de estas transformaciones debe realizarse, en conocimiento de las diferencias, tácticas, estratégicas y programáticas, pero sin dar lugar a enfrentamientos que sólo acabarían beneficiando a los imperios que desean ver divididas a las fuerzas progresistas Latinoamericanas.

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